Por Miguelito del Ritmo.
El jueves 30 de junio la calle estalló. Ya no daba para más. Quienes estuvimos allí pudimos verlo en todo su esplendor. El Estado y los empresarios ya estaban avisados. Un par de semanas antes habían visto desenvolverse un movimiento un poco más pequeño que este. ¿Cuánto más pequeño? Pasar de cien mil personas a casi el doble parece ser importante, y esto según cifras oficialistas, las cuales, obviamente tienen un sesgo ideológico conservador, al servicio del empresariado más duro y al Estado más intransigente y denigrante.
Ese jueves nos vieron en toda nuestra magnitud. Desde el techo de un paradero del transantiago –ese mismo proyecto que solo criminaliza la evasión del pasaje- podía observar la dimensión de lo que estábamos construyendo. Desde arriba se veía una columna que desbordaba la calle, que no podía ser controlada, que no tenía comienzo ni final, que exaltaba la alegría y la rabia con firmeza. Miles y miles de personas dignas, apropiándose por fin de su futuro.
No estamos allí solo por el ministro Lavín, ni tampoco solo porque estuviera gobernando la derecha. Estamos allí contra la educación de mercado, a favor de la educación gratuita, pues, es un derecho. Alguien lo gritaba en la marcha: “¡no queremos más personajes públicos de los partidos políticos en nuestras marchas!”, “¡los queremos fuera!”, “¡Que se vayan todos!”.
Mientras marchaba con unos amigos, uno de ellos me decía con tono irónico: “y esta es la derecha; gobierna y aparecen más de ochenta mil personas manifestándose en contra del Estado y el capital”. Es algo increíble, es un lindo momento frente al caos como diría Álvaro España, vocalista de los Fiskales Ad-Hok. Al medio de la manifestación pululan músicos, artistas, profesores, doctores, estudiantes, abuelitos, niños, amas de casa, feministas, anarquistas, libertarios, jóvenes poblacionales, ecologistas radicales, obreros, trabajadores, hasta vi estudiantes del Saint George en medio de la manifestación. Era un conglomerado de miles y miles de colores.
La columna de manifestantes partía en Plaza Italia y terminaba casi en el Paseo Ahumada, y eso era lo que mis ojos me permitían ver, seguramente era más grande.
Sin duda que un grupo humano de esta magnitud no es una minoría, eso lo tengo claro, a pesar de que la prensa minimice nuestro rol, ¡pero que va! ¡La prensa siempre minimiza o criminaliza nuestro rol!. Esta vez se hizo presente, pero se perdieron sus automóviles con antenas, entre los manifestantes; cuando pasó el grupo de gente, uno podía observar los rayados en el capó: “La prensa miente”, “La Tele es de los ricos”, “la prensa burguesa no nos interesa”. Hoy la veracidad de los noticieros está deslegitimada, y espero que se mantenga así, la tele es una droga, y la peor droga de todas.
Los ricos, los empresarios y el muñequito que manejan para sus antojos llamado “Estado”, estaban asustadísimos. Eso se notaba. Frente al Paseo Ahumada, se metieron violentamente unos furgones de Fuerzas Especiales de Carabineros. Conocidos como “carniceros” por la violencia con que se trata a los detenidos al interior de aquella máquina de tortura. Esos carros se metieron al medio de la marcha, daba la impresión de que querían dividirnos en dos, pero
no lo lograron, la marcha era muy grande. Después notamos el “por qué” de esta estrategia. No querían que la marcha pasara frente a los patios de la moneda, no querían que pisáramos su césped, no querían que la turba se apoderara de lo que nos pertenece. Tenían miedo, se notaba.
No alcancé a ver el acto central, yo estaba casi llegando a la Moneda cuando el acto central se estaba llevando a cabo en Los Héroes, dónde empezaba la columna. Me dieron las dos de la tarde en la Moneda, esa era la hora que permitía la intendencia, como si hubiera horas para reclamar y horas para explotarnos. Ellos querían que volviera todo a la normalidad. Algunos policías nos vigilaban desde los edificios aledaños a la Moneda, tenían miedo de que se nos ocurriera quedarnos, de que nos “tomáramos” la Moneda y quisiéramos instaurar algo mejor. Que no se mal entienda, no algo como el Golpe de Estado de Pinochet, eso lo harían ellos, como el ministro Lavin, Longueira, Piñera o mentes siniestras como las de Hinzpeter o Ena Von Baer. No. Ellos tenían miedo que esto se transformara en Grecia, que nos tomáramos el parlamento, que entraran todos y quisiéramos acabar con la explotación del hombre por el hombre.
Tenían miedo. Por ende la represión no tardó en llegar. Con un amigo no nos quisimos ir, como miles de otros que tampoco quisieron manifestarse solo “hasta cuando dejaran los patrones”. Nosotros seguimos caminando por la Alameda para mirar lo que pasaba. Es un momento histórico, ni el futbol convoca tanta gente. Mientras caminábamos veíamos que llegaba Fuerzas Especiales, muchos “zorrillos”, y varios “guanacos”. La conga estaba delante nuestro, la calle era de nosotros, y no cualquier calle del gran Santiago, ¡la calle principal!, ¡La Alameda era nuestra!, desde calle República, cerca de los Héroes hasta la Universidad de Santiago (USACH) eran por lo menos unas tres o cuatro estaciones de metro las que estaban cerradas porque arriba el control era nuestro. A esas alturas la manifestación era increíble, lo único que pensaba era que al fin la calle era nuestra, las “grandes alamedas” del discurso de Salvador Allende ahora eran autónomas, me imagino como habrán estado los viejos manifestantes de la vieja guardia mirando eso y pensando en el Chicho. ¿lo habrán comprendido? ¿nos hubieran apoyado? ¿o le hubieran comprado el discurso a la Tele de que somos “violentistas”?
Por nuestra parte, lo queríamos todo. Los carabineros no tardaron en llegar, no podían permitir que las calles fueran nuestras, el Estado no podía permitir un espacio autónomo de su poder. Eso lo deslegitimaba. No tardaron en estallar los vidrios de los bancos, y sólo de los bancos, no teníamos rabia contra los obreros o trabajadores de kioscos aledaños o puntos de venta de sopaipillas y completos. Y ellos lo sabían, a pesar de que la tele nos trata de “barbaros” y “criminales”. El “lumpen” no es tan imbécil, fíjese. Nuestra ira no iba contra cualquier cosa que se nos cruzara. Cerca de República, donde hay muchas universidades, en la Alameda se levantaban barricadas hechas con asientos del McDonald’s más cercano, el banco Itaú que estaba al frente perdió todas sus ventanas. A ver si los banqueros se dejan de robarnos un rato.
Logramos hacer barricadas con algunos materiales encontrados en el suelo. Luego de un rato, no tardamos en notar que arriba de nosotros se levantaba una cámara de seguridad, el panóptico, el Gran Hermano nos vigila hasta cuando nos rebelamos. Mientras tanto aparecían momentáneamente carros lanza-gases, los apedreábamos y ellos tiraban su gas asqueroso. Fui y dejé a mi amigo en la micro a la altura de Matucana, posteriormente me devolví, noté que en la USACH todos los jóvenes estaban sentados en el suelo, “a lo Ghandi”, bien pacíficos los cabros, con aquella idea de protesta no violenta. Yo los aplaudí, todo sirve en la calle.
Volvía caminando por la alameda, a lo lejos, a la altura de República divisaba gases y carros lanza-aguas. Pero veía que no lograban doblegar a los manifestantes. Hasta que los carabineros lograron traspasar nuestras barricadas, un piquete de Fuerzas Especiales se bajó
de la micro, a patadas se llevaron a algunos manifestantes, mientras algunos compañeros grababan sus rostros y les preguntaban sus datos personales para ir a buscarlos. Nadie quiere que “misteriosamente” no aparezcan más, tiempo atrás así era la cosa, siempre hay que cuidarse.
Sin embargo, pudimos volver a transformar la calle, la tarde entera fue una pugna por liberar la Alameda, hacerla nuestra, autónoma y pintarla de colores. Echamos a los autos, levantamos barricadas en República nuevamente y frente a Unión Latino Americana, cerca del campus de teatro de la Arcis, las capuchas nos cubrían, el aire turbado por lacrimógenas estaba irrespirable. Un compañero se me acercó y me dijo “compa, ¿me ayuda a poner este letrero en la barricada?”, a lo que accedí, pusimos el letrero. Juntamos piedras, venía carabineros nuevamente. Esta vez se bajaron, golpearon a algunos y a otros se los llevaron, nosotros tratamos de echarlos tirándoles piedras, logramos que se fueran, pero se llevaron a algunos de los nuestros.
Corrimos rápidamente, ahora estábamos frente a la Arcis, allí llegó otro piquete y un carro lanza-gases, logré entrar al campus, allí un compañero desconocido me dio un cigarrillo mientras “se relajaban las cosas”.
Al rato, pude salir, ya no había nadie. Caminaba relajadamente de nuevo hacia la Alameda, no había apuros, las barricadas continuaban en República. Poco a poco, volví a ellas, los gases aturdían la vista, no podía respirar bien. La barricada continuaba, y los muchachos habían logrado votar la cámara del panóptico. Esta vez el Gran Hermano no podría vigilarnos. Todo sirve en la calle. Allí aparecieron una y otra vez carros lanza-gases, pero no les temíamos. Una y otra vez las piedras volaban. A esas alturas los carabineros lograron dividirnos, nosotros quedamos en la vereda norte de la Alameda con otro grupo de manifestantes, un compañero nos grito: “pongase las capuchas que hay gente grabando”, hicimos caso, cortamos la calle Ricardo Cumming, y apareció el Lanza-gases, carabineros ya no sabía que hacer, estaban desesperados. Nos tiraron lacrimógenas y soltaron a sus carabineros rabiosos con lumas en sus manos, corrimos bastante, hasta que mis pies ya no daban mas, me escondí tras un auto con dos compañeros más. Los carabineros de Fuerzas Especiales pasaron de largo, no pudieron encontrarnos. Ahora había que tratar de pasar desapercibido, ya sabíamos que nos querían en sus “carniceros”. Me saqué la capucha, me senté un rato con un compañero, él me miraba sorprendido por mi cansancio, yo lo miré, esbocé una sonrisa y le dije: “la edad compañero, la edad y las cazuelas de más”.
Caminé para mi casa, no sin antes ir a mirar la calle República, las barricadas continuaban, pero el tránsito se estaba “normalizando” (¿o esclavizando nuevamente?). Me subí a una micro, la gente comentaba lo que veía por sus ventanas, y no faltó el comentario de alguna vieja criada en la dictadura: “no, si a estos cabros hay que echarle a los militares”. ¿Sabrá esa señora como pegan estos policías? ¿Tanto es el trauma de la dictadura que hay gente a favor de “echar militares a la calle”? ¿Acaso eso no es una manifestación del “fascismo cotidiano” que nos inculcan con la tele ya le educación diseñada por la burguesía?. Alguien le contestó: “Señora, esto es por los derechos que nos quitaron los militares”. Yo sonreí solamente, había que pasar desapercibido, y el olor de los gases lacrimógenos impregnados en mis ropas, de una u otra manera, me delataba. Solo sonreí y me puse los audífonos un rato.
(enviado al mail)
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